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domingo, 24 de octubre de 2010

Cuentos Aventuras insurreccionales por Emiliano Malo Sabaté: De Encuentros

Cuentos Aventuras insurreccionales por Emiliano Malo Sabaté

De encuentros

Dos guerrilleros de extraña procedencia, cada uno con sus rifles en las manos se encuentran sorpresivamente en medio de una cuesta. Se topan los ojos, las miradas pues es lo único que tienen descubierto. Saben el uno como el otro que son guerrilleros ya que los dos tienen una apariencia descuidada, desaliñada no como la de un militar. Y después de tantos años uno se da cuenta, pues. Basta también con verse a los ojos para saber si se es un asesino o un rebelde, eso hasta lo sienten en el aire.
No saben qué hacer, de repente uno dice:
-Identifíquese.
-Usted primero, cabrón.
-No me hable así que yo aquí soy comandante y me respeta.
-Pues yo no, ni tengo grado militar, ni me interesa.
-Pues yo sí y se me cuadra hijo de puta.
Están contrariados, no saben cómo conducirse, ninguno deja de apuntar con su rifle al otro, desconfiados y alerta, listos para lo que venga.

  • A la chingada que aquí yo mando.
  • Mandarás a la chingada, pinche cuadrado.
Pasaron horas alegando y otras tanto platicando extrañamente como amigos. Ya por concluir y con una rarísima confianza dada la circunstancia, se quitaron su pasamontañas y se reconocieron. Eran primos. Solo que uno se había ido con una guerrilla maoísta, una organización clandestina político-militar y en la que cada uno tiene cargo y rango determinado, una férrea disciplina militar y piensan hacer la revolución social progresivamente. Pero llevan ya 15 años en eso y nada que llega su revolución.
El otro nunca creyó en las guerrillas. Pero después de que el gobierno pusiera destacamentos militares por todos lados alrededor del país y que les detuvieran tan solo por cómo llevaban el cabello o si tenían en la ropa o en el cuerpo algún simbolito revoltoso; la situación, la cosa se puso insoportable. Hubo secuestros y asesinatos, así que muchos, él también se organizaron y se fueron al monte a formar una resistencia.
La mayoría eran jóvenes y otros tantos anarquistas de todas las edades. Decían que estaban ahí por la situación, no porque quisieran y regularmente bajaban a la ciudad a hacerla gorda contra los militares. Ya les habían causado muchas bajas. No tenían cargos militares, pero eran muy organizados, cada quien hacia lo que mejor sabían hacer y los que no hacían nada no importaba mucho, no era merecedor a ninguna represalia o sanción, al poco tiempo se aburría y comenzaba a ayudarles a sus compañeros.
Estos guerrilleros que platicaban o peleaban quién sabe, se confesaron –pues eran primos y como parientes uno se tiene confianza- que habían sido, uno mandado y el otro lo había decidido el grupo después de mucho discutir; que irían al otro campamento guerrillero a poner una bomba nada más para mostrar: unos, quienes son los que mandan, los otros solo para que quedara bien claro que los maoístas son el otro enemigo y como marxistas pues no quedaba de otra, había que acabar con ellos.
  • ¡Chingue su madre primo!
  • No pues sí ¿Ahora qué hacemos?
  • Pues yo ya estoy harto de que me estén mandando, y me caga mandar a lo güey, además uno de los que están arriba, pues fíjese que es bien pendejo y no me cae bien.
  • Pues yo si ando bien con los compañeros.
La conversación continuó unos minutos solamente porque por radio a cada uno les llegaba la información de que los militares estaban bombardeando la ciudad y de que los militares andaban entrando por tierra, aire y por todos lados a la Sierra, arrasando con todo matando y quemando todo lo que se les topaba enfrente.
  • ¿Y ahora primo, qué chingaos?
  • Pues chingue su madre.
  • No pues chingue a la suya
  • Pero si son hermanas cabrón pendejo…
Lo que no sabían los primos es que esta conversación de uno u otra manera se había dado por todos lados, unas con funesto desenlace, otras más o menos como ésta. Dicen que los primos sí, solo los dos, volaron como cuatro puentes y dinamitaron otros tantos caminos. Y abrieron fuego como el que más contra las fuerzas militares.
El primo mao se dio cuenta que no necesitaban a nadie superior para hacer las cosas, si uno está convencido las hace y ya. Con el paso del tiempo estas organizaciones autoritarias –como las del primo mao- fueron desapareciendo y los primos, los hermanos y los viejos amigos reencontrándose. Los militares y el gobierno ya no pudieron infiltrarse, ya no pudieron hacer lo que tanto trabajo les había costado dominar, pues ya no había reglas, las reglas son fáciles de adoptar, ya no sabían actuar porque tendrían que hacerlo por convicción y eso ellos no lo tienen, no lo entienden; ya no pudieron hacer la guerra desde adentro. Nunca entendieron por qué.

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